martes, 29 de julio de 2008

El origen de la tragedia

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El nacimiento de la tragedia



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Mucho habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo al discernimiento lógico, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo continuado del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y lo dionisíaco: de forma similar a como la generación depende de la dualidad de sexos, en lucha permanente y en reconciliación que sólo se produce periódicamente. Esos nombres los tomamos en préstamo a los griegos, los cuales a quien discierne le hacen perceptibles las profundas doctrinas secretas de su intuición del arte no, ciertamente, con conceptos, sino con las figuras penetrantemente claras del mundo y sus dioses. Con sus dos divinidades del arte, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subiste una antítesis monstruosa, en origen y metas, entre el arte del escultor, el arte apolíneo y el arte no-escultórico de la música, que es el arte de Dioniso: ambas pulsiones tan diferentes van en compañía, las más de las veces en abierta discordancia entre ellas y excitándose mutuamente para tener partos siempre nuevos y cada vez más vigorosos, con el fin de que en ellos se perpetúe la lucha de aquella antítesis, sobre la cual la común palabra arte tiende un puente sólo en apariencia; hasta que finalmente, aparecen, gracias a un milagroso acto metafísico de la voluntad helénica apareados entre sí, y en ese apareamiento engendran por último la obra de arte de la tragedia ática, que es dionisíaca en la misma medida que apolínea.

Para poner a nuestro alcance esas dos pulsiones imaginémoslas, primero, como los mundos artísticos separados de los sueños y de la embriaguez; entre cuyos fenómenos fisiológicos se puede notar una antítesis que se corresponde con la existente entre lo apolíneo y lo dionisíaco. En los sueños se presentaron por vez primera, según la versión de Lucrecio, las magnificas figuras de los dioses ante las almas de los hombres, en los sueños veía el gran escultor la fascinante construcción de los cuerpos de seres sobrehumanos, y el poeta helénico, interrogado acerca de los secretos de la procreación poética, también habría hecho alusión a los sueños y habría dado una instrucción similar a la que da Hans Sachs en Los maestros cantores:



Amigo mío, ésta es justamente la obra del poeta,
observar e interpretar sus sueño.
Creedme, la ilusión más verdadera del hombre
se le ofrece en los sueños;
Todo arte poético y toda poesía
no es sino interpretación de sueños verdaderos.



La bella apariencia de los mundos oníricos, en cuya producción todo hombre es artista completo, es el presupuesto de todo arte figurativo e incluso, como veremos, de una mitad importante de la poesía. Nosotros gozamos en la comprensión inmediata de la figura, todas las formas nos hablan, no hay nada indiferente ni innecesario. En la vida culminante de esta realidad onírica aún tenemos, sin embargo, la sensación traslúcida de su apariencia: ésta es al menos, mí experiencia, en defensa de su frecuencia, sí, de su normalidad, podría aportar muchos testimonios y las máximas de los poetas. El hombre filosófico tiene hasta el presentimiento de que también debajo de esta realidad en la que vivimos y somos está oculta una segunda realidad completamente diferente, esto es, que la primera también es una apariencia; y al don que permite que los seres humanos y todas las cosas se presenten en determinadas ocasiones como meros fantasmas o imágenes oníricas, Schopenhauer lo califica claramente como la señal distintiva de la aptitud filosófica. El filósofo se relaciona con la realidad de la existencia de la misma manera que el ser humano sensible al arte se comporta con la realidad de los sueños; la contempla a conciencia y a gusto; pues desde esas imágenes él se interpreta la vida, en esos sucesos se ejercita para la vida. No son sólo precisamente las imágenes agradables y amistosas las que experimenta en sí mismo con comprensión total: también lo serio, turbio, triste y tenebroso, los impedimentos repentinos, las bromas al azar, las esperas llenas de desasosiego, en una palabra, toda la divina comedia de la vida, con su Inferno, desfila ante él, no sólo como un juego de sombras -puesto que en esas escenas él también vive y comparte los sufrimientos-, y sin embargo, tampoco sin aquella sensación fugaz de apariencia; y tal vez recuerden varios, como yo, que a veces, en los peligros y terrores de los sueño, se han gritado, animándose a sí mismo, y con éxito: ¡Es un sueño! ¡Quiero seguir soñándolo!. Así me lo han contado también de personas que estuvieron en condiciones de continuar durante tres y más noches seguidas la causalidad de uno y el mismo sueño: hechos que dan claramente testimonio de que nuestra esencia más intima, el substrato común de todos nosotros, vive en si la experiencia de los sueños con profundo placer y con alegre necesidad.

Esta alegre necesidad de la experiencia onírica también la expresaron los griegos en su Apolo: Apolo en tanto que dios de todas las fuerzas figurativas, es a la vez el dios vaticinador. Él, que según su etimología es el resplandeciente [Schinende], la divinidad de la luz, domina también la bella apariencia [Schein] del mundo interno de la fantasía. La verdad superior, la perfección de estos estados en contraposición con la parcialmente comprensible realidad diurna, así como la profunda conciencia de que en el dormir y el soñar la naturaleza cura y ayuda, todo ello es, a la vez, el analogon simbólico de la capacidad vaticinadora y de las artes en general, gracias a las cuales la vida se hace posible y digna de ser vivida. Pero aquella delicada línea que a la imagen onírica no le es lícito sobrepasar para no producir efectos patológicos, pues de lo contrario, la apariencia nos engañaría como si fuese grosera realidad - tampoco es lícito que falte en la imagen de Apolo: la mesurada limitación, el estar libre de las agitaciones más salvaje, el sabio sosiego del dios escultor. Su ojo, de acuerdo con su origen, ha de ser solar; aun cuando esté enojado y mire de mal humor, la solemnidad de la bella apariencia le recubre. Y de este modo podría ser válido para Apolo, en un sentido excéntrico, aquello que Shopenhauer dice del hombre cogido por el velo de Maya. El mundo como voluntad y representación, I, p. 416: Como en el mar embravecido, que ilimitado por doquier, entre aullidos hace que montañas de olas asciendan y se hundan, un navegante está en una barca confiando en la débil embarcación; así está en medio de un mundo de tormentas, tranquilo el hombre individual, sostenido y confiando en el pricipium individuationis Incluso habría que decir de Apolo que él han alcanzado su mas sublime expresión la confianza imperturbable en el principium y el tranquilo estar ahí de todo el que se encuentre cogido en él, e incluso se podría designar a Apolo como la magnifica imagen divina del pricipium individuationis, con cuyos gestos y miradas nos hablarían todo el placer y toda la sabiduría de la apariencia, en compañía de su belleza.

En el mismo pasaje Schopenhauer nos ha descrito el horrible espanto que conmociona al hombre cuando, de repente, en las formas de conocimiento del fenómeno ya no sabe a qué atenerse mientras el principio de razón parece que sufre, en una cualquiera de sus configuraciones, una excepción. Si a este espanto le añadimos el éxtasis lleno de delicias que, en la misma ruptura del principium individuationis se eleva desde el fondo más íntimo del hombre y de la misma naturaleza, entonces tendremos una visión de la esencia de lo dionisíaco, a la cual la analogía de la embriaguez es la que nos la pone más a nuestro alcance. Aquellas agitaciones dionisíacas, en cuya intensificación lo subjetivo desaparece hasta el autoolvido completo, se despiertan bien por el influjo de la bebida narcótica, de la que haban en himnos todos los hombres y pueblos originarios, o bien en la poderosa inminencia de la primavera, que con placer se infiltra por toda la naturaleza. También en la Edad Media alemana, y hallándose bajo esa misma violencia dionisíaca, multitudes cada vez mayores iban dando vueltas de un sitio a otro, cantando y bailando: en estos danzante de San Juan y de San Vito reconocemos nosotros los coros báquicos de los griegos, con su prehistoria en Asia Menor, remontándose hasta Babilonia y los orgiásticos saceos. Hay hombres que, por falta de experiencia o por estupidez, se apartan de tales fenómenos como de enfermedades del pueblo, ridiculizándolos o lamentándolos desde el sentimiento de su propia salud: los pobres no sospechan, desde luego, qué cadavérico y fantasmagórico es el aspecto que tiene precisamente esa salud suya cuando pasa junto a ellos en plena efervescencia la vida ardiente de los entusiastas dionisíacos.

Bajo la magia de lo dionisiaco no sólo se remueva la alianza entre los humanos: también la naturaleza alienada, hostil o subyugada celebra de nuevo su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre. De manera voluntaria ofrece la tierra sus dones y pacíficamente se acercan las fieras de las rocas y del desierto. El carro de Dionisos está cubierto de flores y guirnaldas: bajo su yugo la pantera y el tigre caminan paso a paso. Transfórmese el Canto a la Alegría de Beethoven en una pintura y no se quede nadie atrás con su imaginación cuando millones se postran en el polvo llenos de escalofríos: de esta manera podremos acercarnos a lo dionisíaco. Ahora el esclavo es hombre libre, ahora se rompen, todas las rígidas, hostiles delimitaciones que la necesidad, la arbitrariedad o la moda atrevida han establecido entre los hombres. Ahora, en el evangelio de la armonía de los mundos, cada cual se siente no sólo unido, reconciliado, fundido con su prójimo, sino hecho uno con él, como si el velo de Maya estuviera roto y tan sólo revolotease en jirones ante lo misterioso Uno-primordial. Cantado y bailando se exterioriza el hombre como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de alzar el vuelo por los aires bailando. En sus gestos habla la transformación mágica. Así como ahora los animales hablan y la tierra da leche y miel, así también en él resuena algo sobrenatural: se siente dios, él mismo ahora anda tan extático y erguido como veía en sueños que andaban los dioses. El hombre ya no es artista, se ha convertido en su obra de arte: la violencia artística de la naturaleza entera se revela aquí bajo los escalofríos de la embriaguez para la suma satisfacción deliciosa de lo Uno-primordial. La arcilla más noble, el mármol más preciado son aquí amasado y tallados, el ser humano, y a los golpes de cincel del artista dionisíaco de los mundos resuena la llamada de los misterios elusinos: ¿Caéis postrados, millones?, ¿presientes tú al creador?

Friedrich Nietzsche

miércoles, 23 de julio de 2008

Aforismos II - Nietzsche

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Que los mártires demuestren la verdad de una causa es una creencia tan falsa que me inclino a creer que jamás mártir alguno ha tenido que ver con la verdad, El mismo acento con que el mártir arroja al mundo a la cabeza su credo fanático, expresa un grado tan bajo de probidad intelectual, un sentido tan pobre de la “verdad”, que huelga refutarlo. La verdad no es algo que tenga tal o cual persona; piensan de tal manera a lo sumo los patanes, o los apóstoles de patanes al modo de Lutero. Cabe afirmar que en función del grado de escrupulosidad en las cosas del espíritu aumenta la modestia y moderación discreta en esta materia. Corresponde saber cinco cosas y desechar con mano delicada cualquier otro saber... La “verdad”, tal como la entiende cualquier profeta, sectario, librepensador, socialista y teólogo, es una prueba terminante de que no se tiene ni pizca de esa disciplina del espíritu y autosuperación que se requieren para encontrar siquiera una pequeña, minúscula verdad. Los martirios, dicho sea de paso, han sido una gran desgracia en la historia, pues seducían... La conclusión de todos los imbéciles, las mujeres y el vulgo inclusive, en el sentido de que una causa en aras de la cual uno sacrifica su vida (y, sobre todo, una que, como el cristianismo primitivo, provoca epidemias de anhelo de la muerte) ha de ser verdadera; esta conclusión ha sido una poderosísima traba para la crítica, para el espíritu de la crítica y la cautela. Los mártires han hecho daño a la verdad... Todavía hoy, la persecución sañuda basta rara prestigiar cualquier movimiento sectario en sí indiferente. ¿Es posible que el sacrificio por una causa pruebe el valor de dicha causa? Todo error prestigiado es un error que posee un poder de seducción más. Las causas se las refuta poniéndolas respetuosamente entre hielo; del mismo modo se refuta también al teólogo... La estupidez trascendental de todos los perseguidores ha sido precisamente aureolar la causa contraria de aparente prestigio, obsequiarla con la seducción del martirio... Todavía hoy la mujer se postra ante un error porque se le ha dicho que alguien murió crucificado por él. ¿Es la cruz por ventura un argumento? Mas acerca de todas estas cosas uno sólo ha dicho la palabra que desde hace miles de años debió decirse: Zaratustra.

“Con caracteres de sangre trazaban signos en su camino, y su insensatez enseñaba que por la sangre se demostraba la verdad.
“Sin embargo, la sangre es el peor testigo de la verdad; envenena la sangre aun la doctrina más pura, trocándola en obcecación y odio de los corazones.
“Y si uno se arrojase a las llamas por su doctrina, ¡qué probaría! Más importante es, en verdad, que de la propia brasa surja la propia doctrina” (VI, 134).


Aforismo 53,"El anticristo"

jueves, 17 de julio de 2008

Escucho y pienso

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Gnossienne No. 1 - Satie



Oktophonie - Stockhausen



Cuarteto de cuerdas No. 3 - Bartòk

Bartók, Piano Concerto No. 3, Mov 3 - Argerich y la orquesta Toho Gakuen

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lunes, 7 de julio de 2008

Dos años atrás despediamos a Barrett

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"El gnomo", el que vio a Emily jugar, el primer líder de Pink Floyd, es decir Roger Keith Barrett, hace dos años nos dejaba, debido a un grave cáncer pancreático, y con él se llevaba todas las optimistas esperanzas que nos proclamaban que podría volver a componer para nosotros. Su legado solista es corto y no podemos hacer más que lamentar su fin y la vida que conllevó.
Syd, nacido en 1946, fue el principal compositor del álbum que plantó la semilla para Pink Floyd que es llamado "The Piper at the Gates of Dawn" , editado por primera vez en 1967.
A pesar de esto, en el segundo álbum solamente existía una canción a nombre de Barrett, en el mismo año de la edición del segundo álbum, el que solía ser el gran líder de la banda fue expulsado debido a diferentes problemas, el principal siendo el LSD, y reemplazado por David Gilmour.
Así comenzó su breve y concisa carrera con el álbum "The Madcap Laughs" liberado al publico en 1970 y seguido por "Barrett", a mediados del mismo año. Después de esto, nuestro músico se inactivó y dejo de grabar nuevos álbum.
Con la rapidez del tiempo se editarian recopilaciones y demos inéditos, tales como "Opel", del nada temeroso y atrevido compositor.
Su muerte sucedió el 7 de julio de 2006, exactamente hace dos años, en Cambridge, Inglaterra y ese día el mundo le dijo: " Adiós y gracias por tu música Syd".



Pink Floyd - See emily play



Pink Floyd - Bike



Pink Floyd - Astronomy domine




Syd Barrett - Octopus



Syd Barrett - Baby lemonade, Love song, Dominoes