Wagner como un peligro
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La intención que persigue la música moderna en aquello que en la actualidad, de modo estridente, pero ininteligible, se denomina «melodía infinita», puede ser aclarado de este modo: uno se adentra en el mar, poco a poco va perdiendo pie firme y finalmente se abandona al favor o disfavor del elemento: tiene que nadar. En la música antigua, a veces de manera grácil, otras solemne, o briosa, más deprisa o mas despacio, debía hacerse algo completamente distinto, o sea, danzar. La medida necesaria para ello, la conservación de determinados grados de tiempo y fuerza equivalentes, forzaban el alma del oyente a una constante meditación, —en los contrastes entre este flujo de aire frío procedente de la meditación y el cálido aliento del entusiasmo residía la magia de toda buena música. Richard Wagner quiso otra clase de movimiento, invirtió el presupuesto fisiológico de la música de entonces. Nadar, flotar —ya no caminar, danzar... Quizá con esto queda dicho lo decisivo. La «melodía infinita» quiere precisamente quebrar todo equilibrio entre tiempo y fuerza, incluso se burla del mismo,— tiene su riqueza de invención justamente en aquello que a un oído antiguo le suena como paradoja y blasfemia rítmicas. De una imitación, de un predominio de semejante gusto ha nacido un pelígro para la música como no puede pensarse otro mayor — la degeneración total del sentimiento rítmico, el caos en lugar del ritmo... El peligro llega a su punto álgido cuando semejante música se apoya de modo cada vez más estricto en un histrionismo y una mímica completamente naturalistas, no dominados por ninguna ley de la plástica, que sólo quieren el efecto y nada más.. Lo «espressivo» a toda costa12 y la música al servicio, esclava de la pose —éste es el fin...
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¿Cómo? ¿Acaso sería efectivamente la primera virtud de una interpretación musical, tal como ahora parecen creer los artistas intérpretes de la música, la de lograr para cada pieza, en toda circunstancia, tan alto relieve, que no se lo pueda superar? Aplicado, por ejemplo, a Mozart, ¿no es esto un auténtico pecado contra el espíritu de Mozart, el espíritu sereno, soñador, tierno y amable de Mozart, quien por fortuna no fue un alemán y cuya seriedad es una seriedad benévola, dorada, y no la seriedad de un caballero alemán?... Así que me callo sobre la seriedad del «convidado de piedra»... pero ¿creéis que toda música es la música del «convidado de piedra»,— que toda música debiera irrumpir atravesando la pared14 y conmoviendo al auditorio hasta las entrañas?... ¡Sólo así obra efecto la música! — Pero, ¿sobre quién lo ha obrado? Sobre alguien sobre el que un artista noble no debe nunca obrar efecto, —¡Sobre la masa! ¡Sobre los inmaduros! ¡Sobre los indolentes! ¡Sobre los enfermos! ¡Sobre los idiotas! ¡Sobre wagnerianos!...
Una música sin futuro
De todas las artes que saben crecer en el terreno de una determinada cultura, la música hace su aparición como la última de todas las plantas, quizá porque es la más íntima y, por consiguiente, la que se logra más tardíamente, —en el otoño y en el momento del marchitarse de la cultura a la que pertenece. Sólo en el arte de los maestros holandeses halló cumplida expresión el alma de la Edad Media cristiana, —su arquitectura de los sonidos es la hermana tardía, pero legítima y de idéntico rango, del gótico. Sólo en la música de Händel resonó lo mejor del alma de Lutero y sus fieles, aquel rasgo judeo-heroico que dio a la Reforma un rasgo de grandeza —el Antiguo Testamento, no el Nuevo, hecho música. Sólo Mozart acuño en sonesde oro la época de Luis XIV y el arte de Racine y de Claude Lorrain; sólo en la música de Beethoven y de Rossini cantó su adiós el siglo dieciocho, el siglo del lirismo exaltado, de los ideales destrozados y de la felicidad fugitiva. Toda música verdadera, toda música original, es un canto de cisne.— Puede que también nuestra música más reciente, aunque domine tanto y esté tan ávida de dominio, tenga meramente ante sí un corto espacio de tiempo: pues ha surgido de una cultura cuyo suelo está en rápido declive, —de una cultura que dentro de poco estarásepultada. Un cierto catolicismo del sentimiento y un gusto por determinadas esencialidades e inesencialidades de vieja cepa denominadas«nacionales» son sus presupuestos. La apropiación por parte de Wagner de antiguas sagas y canciones, en las que el docto prejuicio había enseñado a ver algo germánico par excellence—hoy nos reímos de eso—, la vuelta a la vida de todos esos monstruos escandinavos con sed de sensualidad y espiritualización extáticas — todo ese toma y daca de Wagner con respecto a la materia, las figuras, pasiones y nervios, expresa también claramente el espíritu de su música,suponiendo que ella misma, como toda música, no sepa hablar de sí de manera inequívoca: pues la música es una mujer... Uno no debe dejarse inducir a error sobre semejante estado de cosas porque en estos instantes vivamos justamente en la reaccióndentro de la reacción16. La época de las guerras nacionales, del martirio ultramontano, todo este carácter de entreacto que es propio del estado actual de Europa, pudiera de hecho procurarle una gloria momentánea a un arte como el de Wagner, sin garantizarle por ello un futuro. Los alemanes mismos no tienen futuro...
Nietzsche contra Wagner. Aktenstücke eines Psychologen (1889)
jueves, 12 de junio de 2008
Y esto escribio Nietzsche
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